FESTIVAL MUNDIAL DE ESCUELAS: ESCENA, CONTEMPORANEIDAD Y ESPACIO















El haber asistido a algunas funciones del festival, produjo en mi una gran satisfacción, aunque debería precisar que no en todos los casos. Digo algunas porque la mis funciones técnicas no me permitieron sino dejar los montajes técnicamente listos y partir al siguiente teatro. Faltaría a la honestidad si no aclarara que este trabajo no hubiera sido posible sin el concurso de los colegas profesores, alumnos y exalumnos de la especialidad.
Retomando el sentimiento de satisfacción, que además se veía acrecentado por compartir el proceso de montaje, el compartir las experiencias de creación, el conocer los objetivos precisos de cada obra y el poder escuchar comentarios de los mismos productores, generaba en mí una doble satisfacción: ellos y nosotros (los profesores de escenografía) entendíamos el espacio teatral no como simplemente el lugar donde me toca actuar, sino como el lugar en el que se producirá un intercambio entre actores y público, comunicación, placer estético, entretenimiento, reflexión, podemos llamar con muchos nombres este intercambio, lo cierto es que, y he aquí la gran preocupación, sin el espacio (teatral) adecuado, esto no sería posible.
Espero poder ser comprendido cuando hablo del espacio, no sólo es la porción de espacio físico, es ese pequeño o gran territorio que será capaz de recibirme a mí y al otro compartiendo una experiencia artística llamada teatro. Espacio no sólo tangible, también intangible, construido en el imaginario y en el sentimiento, en la capacidad de evocar, recordar, inventar y reinventar. Dramaturgia del espacio dicen por ahí (yo también).



Desde la preocupación por el edificio que albergará esta relación entre sala y escena, entre público y actor. Porque entre lo íntimo y lo extrovertido tengo miles de matices donde el espacio arquitectónico que albergará esta puesta en escena influenciará definitivamente en la manera como llegará el mensaje. Al respecto escuché varios comentarios preocupados por cómo enfrentar este tema, en que la puesta reclama determinado grado de intimidad y el edificio arquitectónico juega en contra debido a sus dimensiones y a la distancia con la que mantiene al público de la escena. Con agrado vi que estos problemas también se resolvieron, por supuesto que no fue remodelando el teatro, más bien incorporando estas características espaciales a esta “nueva” puesta, sin perder los objetivos esenciales. Reflexión y logro únicamente posible si se entiende cabalmente lo que significa “espacio teatral”.
Por otro lado esta nueva forma de ver la espacialidad en el teatro (y como puede confirmarse en la siguiente edición de la Cuadrienal de Praga) genera nuevas formas de apropiación en las que lo performático irrumpe la espacialidad tradicional, generando nuevas energías que demandan del actor nuevas formas de “pisar” el escenario y a los que contribuimos en darle forma visual, nuevas maneras de ver. Miradas no sólo reflexivas, por encima de todo: creativas.
Si hasta acá me siguen en este breve artículo podremos ir concluyendo que el espacio teatral y su propia dramaturgia exigen tanta preparación y entrenamiento como la del actor. Sólo así será posible que luego este espacio teatral se apropie de los nuevos inventos y tecnologías que pertenecen a nuestra época, porque nunca, en toda su historia, el teatro a rechazado la tecnología y los inventos de su época, quienes están en contra de esto sólo demuestran su poca capacidad de evolución en un mundo que sólo será transformado por quienes logren estar un paso adelante.

Es así que las escenas en este festival acogieron la danza, la música, el multimedia, no como complementos, no como adornos sino como códigos teatrales. ¿Cómo confirmo esto? Particularmente soy de los que piensan que si elimino algún objeto, momento, palabra, etc. de la puesta en escena, y esta no se altera (cuando sucede esto generalmente se mejora) está sobrando, pues creo que los que presenciamos estos tipos de puesta diríamos que si anulamos los tiempos musicales o el cuerpo en movimiento o la proyección que formaron parte de algunas propuestas, simplemente no funcionarían. Con esto me refiero a esa capacidad de conmoverme, de hacerme sentir, de hacerme sentir que la hora en que estuve sentado en la butaca de un teatro, fue una hora que mereció la pena ser vivida.
Otro aspecto resaltante fue el ver como tradición y modernidad se conjugaban en el escenario en el intercambio inesperado de una globalidad real y presente. Y me refiero a ver García Lorca en clave china o Chejov en clave japonesa, pulcritud oriental en los elementos, en la forma como ocupaban el espacio, precisión en su función y por supuesto un disfrute a los ojos.

Igualmente podría hablar del espacio teatral que se convierte en un pretexto para poder albergar a unos y a otros y lograr esa comunión, descubrir ese actor santo que sólo puede existir cuando actor, público y espacio se convierten en uno.
Después de esto, para que hablar de la forma, del color, de la textura, de la imagen. Sería redundante, pues nada de lo que he comentado sería posible sin el concurso de aspectos como los mencionados, pues sólo seré capaz de apropiarme del espacio y recrearlo con el conocimiento de su esencia y de los aspectos que lo hacen percibible en la experiencia humana. Llegado al final del artículo me doy cuenta (una vez más) que no hemos inventado la pólvora pero sí la estamos reinventando.

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